XI

LA FINALIDAD DEL MUNDO Y DE LA VIDA HUMANA
(El destino del ser humano)

Entre las m�ltiples corrientes en la vida espiritual de la humanidad, existe una que puede denominarse la superaci�n del concepto de finalidad en dominios a los que no pertenece. La finalidad es una secuencia determinada de fen�menos. La verdadera finalidad s�lo se da cuando, en contraposici�n a la relaci�n entre causa y efecto — en la que el suceso anterior determina el posterior — ocurre lo contrario, que el suceso posterior influye de manera determinante sobre el anterior. Esto, en principio, s�lo tiene lugar en los actos humanos. El hombre ejecuta una acci�n que previamente se representa, y deja que esta representaci�n le determine su actuar. Lo posterior, el acto, influye por medio de la representaci�n sobre lo anterior, el hombre que act�a. Este rodeo a trav�s de la representaci�n es absolutamente necesario para que se establezca la relaci�n de finalidad.

En el proceso, que se divide en causa y efecto, hay que distinguir entre la percepci�n y el concepto. La percepci�n de la causa precede a la percepci�n del efecto; causa y efecto quedar�an simplemente uno al lado del otro en nuestra conciencia, si no pudi�ramos unirlos mediante los conceptos correspondientes. La percepci�n del efecto tiene que seguir siempre a la percepci�n de la causa. Si el efecto ha de ejercer una influencia real sobre la causa, s�lo puede efectuarlo a trav�s del factor conceptual. Pues el factor perceptual del efecto simplemente no existe antes del de la causa. Quien afirme que la flor es la finalidad de la ra�z, es decir, que aqu�lla influye sobre �sta, s�lo puede afirmarlo con respecto al factor de la flor, el cual constata en ella por medio de su pensar. El factor perceptual de la flor no tiene a�n existencia en el momento de la formaci�n de la ra�z. Sin embargo, para una relaci�n de finalidad, no es necesaria solamente la relaci�n ideal de lo posterior con lo anterior, sino que el concepto (la ley) del efecto tiene que influir realmente sobre la causa a trav�s de un proceso perceptible. Pero solamente podemos observar una influencia perceptible de un concepto sobre otra cosa, en los actos humanos. Por lo tanto, s�lo en este caso es aplicable el concepto de finalidad. La conciencia ingenua que s�lo admite lo perceptible, intenta — como ya hemos se�alado repetidamente — introducir lo perceptible ah� donde s�lo tiene valor lo ideal. En los sucesos perceptibles busca relaciones perceptibles, o, si no las encuentra, se las inventa. El concepto de finalidad v�lido en el actuar subjetivo es un elemento apropiado para este tipo de relaciones imaginarias.

El hombre ingenuo sabe c�mo ejecuta un hecho, y de ah� deduce que la naturaleza tambi�n ha de actuar as�. En las relaciones puramente ideales de la naturaleza �l ve no solamente fuerzas invisibles, sino tambi�n fines reales imperceptibles. El ser humano hace sus herramientas de acuerdo a su finalidad; para el realista ingenuo el Creador construye los organismos seg�n el mismo m�todo. S�lo muy paulatinamente va desapareciendo de la ciencia este falso concepto de finalidad. En la filosof�a a�n sigue causando bastante da�o. En ella se plantea el problema de la finalidad externa del universo, de la determinaci�n extrahumana del hombre (y por lo tanto, tambi�n de la finalidad), etc.

El monismo rechaza el concepto de finalidad en todos los campos excepto en el del actuar humano. Busca las leyes de la Naturaleza, pero no los fines. Los fines de la Naturaleza son suposiciones arbitrarias, lo mismo que las fuerzas imperceptibles (ver cap.VII). Incluso los fines de la vida que el hombre no se impone a s� mismo son, desde el punto de vista del monismo, suposiciones arbitrarias. S�lo tiene finalidad aquello que el hombre mismo a�ade, pues la finalidad surge �nicamente por la realizaci�n de una idea. En sentido realista, la idea s�lo es efectiva en el hombre. Por lo tanto, la vida humana s�lo tiene la finalidad y el destino que el hombre le da. A la pregunta de cu�l es la misi�n del hombre en la vida, el monismo s�lo puede replicar: la que �l mismo se proponga. La misi�n de mi vida no est� predestinada, sino que es en cada momento, la que yo elijo. No emprendo el camino de mi vida con una ruta predeterminada.

Las ideas s�lo son realizadas con finalidad por el hombre. Es por lo tanto inadmisible hablar de la incorporaci�n de las ideas a trav�s de la historia. Expresiones como: “la historia es la evoluci�n del hombre hacia la libertad”, o “la realizaci�n del orden moral del mundo”, etc., son insostenibles desde el punto de vista del monismo.

Los partidarios del concepto de finalidad creen que si renuncian a �l tendr�n que renunciar tambi�n a todo orden y concordancia del mundo. As� por ejemplo, dice Robert Hamerling (“Atomistik des Willens”, vol. II. p�g. 201):

“Mientras existan instintos en la Naturaleza, es insensato negar la finalidad de ella”.

Y sigue:

“As� como la estructura de un miembro del cuerpo humano no est� determinada y condicionada por una idea vaga de ese miembro, sino por la relaci�n con el todo, con el cuerpo al que ese miembro pertenece, as� la estructura de todos los seres de la Naturaleza, ya sean planta, animal u hombre, tampoco est�n determinados ni condicionados por idea vaga alguna, sino por el principio formativo de toda la Naturaleza, que se organiza y forma de acuerdo con una finalidad.” Y “La teor�a de la finalidad s�lo afirma que a pesar de las muchas incomodidades y sufrimientos de esta vida natural, existe un alto grado de finalidad y planificaci�n en las formaciones y desarrollo de la Naturaleza. Una planificaci�n y una finalidad, sin embargo, que s�lo se realizan dentro de las leyes naturales, y que no pueden tener por objeto una existencia ut�pica, en la que la muerte no se opusiera a la vida, ni la decadencia al crecimiento, con todos sus estados intermedios m�s o menos desagradables, pero en cualquier caso inevitables”.

“Encuentro verdaderamente c�mico que los adversarios del concepto de finalidad opongan a un mundo de maravillas llenas de finalidad, como exhibe la Naturaleza en todos sus dominios, nada m�s que un poco de basura amontonada trabajosamente, de elementos sin finalidad, completos o incompletos, supuestos o reales...”

�Qu� es a lo que aqu� se llama finalidad? Una coherencia de percepciones con respecto a un todo. Pero como en todas las percepciones rigen leyes (ideas) que descubrimos por medio de nuestro pensar, resulta que la coherencia sistem�tica de los miembros de un conjunto perceptual es, precisamente, la coherencia ideal de los miembros de un todo ideal contenidos en este mundo perceptual. Cuando se dice que el animal o el hombre no est�n determinados por una idea vaga, eso est� mal expresado, y la opini�n que se critica pierde autom�ticamente su car�cter absurdo cuando se formula correctamente.

Ciertamente el animal no est� determinado por una idea vaga, sino por una idea que le es innata y que constituye la ley de su naturaleza.

Justamente porque la idea no se encuentra fuera del objeto, sino que act�a en �l como su propia esencia, no se puede hablar de finalidad. Precisamente quien niega que el ser natural est� determinado desde el exterior (a este respecto es totalmente indiferente que se trate de una idea vaga o de una existente en el esp�ritu de un creador del mundo externo a la criatura) tiene que admitir que este ser no est� determinado por una finalidad y plan externos, sino de manera causal y de acuerdo con su ley interior. Construyo una m�quina con una finalidad si compongo sus partes de una manera que no viene dictada por su naturaleza. La finalidad de su composici�n consiste en que incorporo el funcionamiento de la m�quina como idea fundamental de la misma.

La m�quina se convierte as� en objeto de percepci�n con su idea correspondiente. Los seres de la Naturaleza son tambi�n de este tipo. Quien ve el principio de finalidad en un objeto, porque est� formado de acuerdo con una ley, puede entonces otorgar a los seres de la Naturaleza la misma designaci�n. Pero no debe confundirse esta finalidad con la del actuar humano subjetivo. Para que haya finalidad es absolutamente necesario que la causa operante sea un concepto y, precisamente, el concepto del efecto. Pero en la Naturaleza, sin embargo, no se encuentran conceptos que operen como causas; el concepto aparece siempre solamente como el nexo ideal entre causa y efecto. Las causas s�lo se presentan en la Naturaleza en forma de percepciones.

El dualismo puede hablar de la finalidad del mundo y de la finalidad de la Naturaleza. All� donde, para nuestra percepci�n, se manifiesta una relaci�n que sigue una ley de causa y efecto, el dualista puede suponer que s�lo vemos el reflejo de una cohesi�n en la que el ser universal absoluto realiza sus fines. Al monismo le falla la base para suponer una finalidad al mundo y a la Naturaleza, al excluir al ser universal absoluto no perceptible, sino s�lo deducido hipot�ticamente.

Suplemento para la nueva edici�n (1918)

Una reflexi�n sin prejuicios sobre lo aqu� expuesto no podr� llevar a la conclusi�n de que el autor, al rechazar el concepto de finalidad en los hechos extrahumanos, comparta el punto de vista de aquellos pensadores que, rechazando este concepto ponen las bases para considerar como un proceso puramente natural, todo lo que queda fuera del actuar humano — y luego incluso �ste —. De ello deber�a protegerle el hecho de que en este libro se expone el pensar como un proceso puramente espiritual. Si aqu� se rechaza el pensamiento de finalidad, incluso para el mundo espiritual fuera del actuar humano, se debe a que en este mundo se manifiesta una finalidad superior a la que tiene lugar en la humanidad. Y cuando se habla de que — seg�n el modelo humano de finalidad — el pensamiento de un destino humano regido por el principio de finalidad es err�neo, lo que se quiere decir es que el individuo se propone fines, y que de ellos se compone el resultado de la actividad total de la humanidad. Este resultado es algo superior a sus componentes, los fines humanos.