XIV

INDIVIDUALIDAD Y ESPECIE

La opiniï¿½n de que el hombre estï¿½ destinado a llegar a ser una individualidad completa, autosuficiente y libre, parece estar en contradicciï¿½n con el hecho de que ï¿½l se encuentra como miembro dentro de un todo natural (raza, pueblo, naciï¿½n, familia, sexo masculino y femenino), y que tambiï¿½n actï¿½a dentro de un todo (Estado, iglesia, etc.). El hombre posee las caracterï¿½sticas generales de la comunidad a la que pertenece, y que da a su actuar un contenido condicionado por la posiciï¿½n que ï¿½l ocupa dentro de la sociedad.

ï¿½Es aï¿½n posible, con todo esto, la individualidad? ï¿½Podemos considerar al hombre como un todo en sï¿½ mismo a pesar de que se desarrolla dentro de un todo y de que forma parte de un todo?.

Las cualidades y funciones del miembro de un todo estï¿½n determinadas por este todo. Un pueblo es un todo, y todos los hombres que pertenecen a ï¿½l llevan las caracterï¿½sticas inherentes a la naturaleza de ese pueblo. La constituciï¿½n de cada individuo y cï¿½mo se conduce estï¿½ condicionado por el carï¿½cter del pueblo. Por ello, la fisonomï¿½a y el actuar del individuo contiene algo genï¿½rico. Si preguntamos por quï¿½ razï¿½n esto y aquello son de esa o de aquella manera en el hombre, tenemos que pasar del individuo a la especie. Esta nos explica por quï¿½ algo de ï¿½l aparece de la manera que nosotros observamos. El hombre, sin embargo, se libera de la especie. Pues lo genï¿½rico del hombre si lo vivencia correctamente, no restringe su libertad ni debe restringirla artificialmente. El hombre desarrolla cualidades y funciones dentro de sï¿½ mismo, cuyas causas determinantes sï¿½lo pueden buscarse en ï¿½l mismo. Lo genï¿½rico le sirve solamente de medio para expresar su naturaleza particular. Utiliza las caracterï¿½sticas que la naturaleza le ha dado como base y les da la forma adecuada a su propio ser. Buscamos, por lo tanto, en vano en las leyes de la especie la causa de su forma de expresiï¿½n. Nos encontramos ante un individuo que sï¿½lo puede ser explicado por sï¿½ mismo. Si un hombre ha logrado liberarse de lo genï¿½rico, pero intentamos, sin embargo, explicarle en tï¿½rminos del carï¿½cter de la especie, es que no tenemos capacidad para comprender lo individual.

Es imposible comprender a un hombre si, para juzgarle, nos basamos en un concepto de especie. Donde encontramos mï¿½s arraigado el juicio basado en la especie es en lo tocante al sexo. Casi siempre el hombre ve en la mujer, y la mujer en el hombre, demasiado poco de lo individual. En la vida prï¿½ctica esto perjudica menos al hombre que a la mujer. La posiciï¿½n social de la mujer es la mayorï¿½a de las veces tan indigna, porque en gran parte no estï¿½ determinada por las caracterï¿½sticas de la mujer individual, como deberï¿½a ser, sino por las representaciones generales que uno tiene sobre las funciones naturales y las necesidades de la mujer. La actividad del hombre en la vida estï¿½ determinada por sus capacidades e inclinaciones individuales, mientras que la mujer estï¿½ condicionada exclusivamente por el hecho de que es mujer. A la mujer se la considera como esclava de la especie, de lo femenino genï¿½rico. Mientras los hombres sigan discutiendo si la mujer “por su disposiciï¿½n natural” estï¿½ dotada para esta o aquella profesiï¿½n, la llamada “cuestiï¿½n feminista” no podrï¿½ salir de su estado elemental. Lo que la mujer, segï¿½n su naturaleza pueda querer hacer, debe dejarse que lo juzgue la mujer. Si es verdad, que la mujer solamente tiene capacidad para la actividad que actualmente se le reserva, difï¿½cilmente llegarï¿½ por sï¿½ misma a conseguir otra. Pero tienen que poder decidir por sï¿½ mismas quï¿½ es lo que corresponde a su naturaleza. A quienes temen una conmociï¿½n de las condiciones sociales si se considera a la mujer, no como un representante de la especie, sino como un individuo, hay que responderles que unas condiciones sociales en las que la mitad de la humanidad lleva una existencia indigna del ser humano, tienen precisamente mucha necesidad de ser mejoradas.¹

Quien juzga a los hombres segï¿½n su carï¿½cter como especie llega sï¿½lo hasta el punto a partir del cual comienzan a ser seres cuya actividad descansa en la libre autodeterminaciï¿½n. Lo que queda por debajo de este nivel puede, naturalmente, ser objeto de observaciï¿½n cientï¿½fica. Las caracterï¿½sticas de las razas, pueblos, naciones y sexos forman el contenido de campos cientï¿½ficos especiales. Sï¿½lo los seres humanos que quisieran vivir exclusivamente como ejemplares de la especie podrï¿½an ajustarse a una imagen general similar a la que surge de la observaciï¿½n cientï¿½fica. Sin embargo, ninguna de estas ciencias puede penetrar hasta el contenido particular del individuo. Allï¿½ donde comienza la esfera de la libertad (del pensar y del actuar) cesa la determinaciï¿½n del individuo segï¿½n las leyes de la especie. El contenido conceptual que el hombre, a travï¿½s del pensar, tiene que relacionar con la percepciï¿½n para alcanzar la realidad completa (ver cap. V), no puede ser fijado de una vez por todas, y legarse ya acabado a la humanidad. El individuo tiene que formar sus conceptos por medio de su propia intuiciï¿½n. De un concepto genï¿½rico de la especie no puede deducirse cï¿½mo tiene que pensar el individuo. Depende ï¿½nica y exclusivamente del individuo. Y tampoco se puede determinar de las caracterï¿½sticas humanas generales, quï¿½ fines concretos desea el individuo proponer a su voluntad. Quien quiera comprender al individuo en particular tiene que penetrar hasta su naturaleza individual y no quedarse en las caracterï¿½sticas tï¿½picas. En este sentido, cada hombre es un problema. Y toda ciencia que se ocupa de pensamientos abstractos y conceptos genï¿½ricos es sï¿½lo una preparaciï¿½n para ese conocimiento que obtenemos cuando una individualidad humana nos comunica su manera de contemplar el mundo, y para ese otro conocimiento que adquirimos a partir del contenido de su querer. Cuando tenemos la sensaciï¿½n de que se halla ante nosotros aquella parte del hombre que estï¿½ libre del modo de pensar tï¿½pico y del querer de la especie, tenemos que prescindir de todo concepto de nuestra mente, si queremos comprender su naturaleza. La cogniciï¿½n consiste en la uniï¿½n del concepto con la percepciï¿½n por medio del pensar. Con todos los demï¿½s objetos el observador tiene que adquirir los conceptos por medio de su intuiciï¿½n; pero para la comprensiï¿½n de una individualidad libre, sï¿½lo se trata de acoger en nuestro espï¿½ritu los conceptos por los cuales se determina a sï¿½ misma, (sin mezclarlo con nuestro propio contenido conceptual). Los hombres que en cada juicio de otra persona inmediatamente mezclan sus propios conceptos no pueden llegar nunca a la comprensiï¿½n de una individualidad. Asï¿½ como la individualidad libre se libera de las caracterï¿½sticas de la especie, tambiï¿½n el conocimiento tiene que liberarse de la manera que tenemos de comprender lo genï¿½rico.

Sï¿½lo en la medida en la que el ser humano se haya liberado de lo genï¿½rico, tal como lo hemos caracterizado, puede ser considerado como espï¿½ritu libre dentro de una comunidad humana. Ningï¿½n ser humano es totalmente especie, ninguno totalmente individual. Pero todo ser humano libera gradualmente una esfera mayor o menor de su ser, tanto de lo genï¿½rico de la vida animal, como de las leyes de autoridad humana que le dominan.

En cuanto a aquella parte de su ser en la que el ser humano no es capaz de conquistar la libertad, constituye un miembro dentro del organismo natural y espiritual. A este respecto vive tal como ve hacerlo a otros o como ï¿½stos se lo ordenan. Un valor ï¿½tico verdadero sï¿½lo lo tiene aquella parte de su actuar que emana de sus intuiciones. Y lo que tiene como instintos morales, heredados de los instintos sociales, adquiere un valor ï¿½tico si lo incorpora a sus intuiciones. Toda la actividad moral de la humanidad proviene de las intuiciones ï¿½ticas individuales y su incorporaciï¿½n a las comunidades humanas. En otras palabras: la vida moral de la humanidad es la suma total de lo producido por la imaginaciï¿½n moral de los individuos humanos libres. Esta es la conclusiï¿½n del monismo.

1 Inmediatamente despuï¿½s de la apariciï¿½n de este libro (1894) se me objetï¿½ a esta exposiciï¿½n, que dentro de lo genï¿½rico la mujer puede vivir tan individualmente como quiera y mucho mï¿½s libremente que el hombre, al que, primero la escuela y luego la guerra y la profesiï¿½n desindividualizan. Sï¿½ que en la actualidad se esgrimirï¿½ aï¿½n mï¿½s esta objeciï¿½n. A pesar de ello tengo que mantener estas frases y espero que haya lectores que comprendan hasta quï¿½ punto esta objeciï¿½n atenta contra el concepto de libertad desarrollado en este trabajo, y que juzgarï¿½n mis consideraciones sobre otra base que la de la pï¿½rdida de la individualidad del hombre a causa de la escuela y la profesiï¿½n.