CUESTIONES FINALES

Portrait of Rudolf Steiner 1899

1899

LAS CONSECUENCIAS DEL MONISMO

La concepci�n unitaria del mundo, o el Monismo que se ha considerado aqu�, deriva de la experiencia humana los principios que necesita para explicar el mundo. De igual modo busca las causas del actuar dentro del mundo de la observaci�n, es decir, en la naturaleza humana accesible al autoconocimiento y especialmente en la imaginaci�n moral.

Se niega a buscar las causas �ltimas del mundo por medio de conclusiones abstractas, y fuera del mundo que se presenta a la percepci�n y al pensar. Para el monismo, la unidad que la experiencia de la observaci�n pensante a�ade a la multiplicidad de las percepciones es, al mismo tiempo, la que exige la necesidad humana de conocimiento, y a trav�s de la cual trata de penetrar en las regiones f�sicas y espirituales del mundo. Quien busque a�n otra unidad m�s all� de �sta demostrar�a simplemente que no reconoce la concordancia entre lo que descubre el pensar y lo que exige el impulso cognoscitivo. El individuo humano, de hecho, no est� separado del mundo. Es parte del mundo y existe una conexi�n real con la totalidad del cosmos, conexi�n s�lo rota para nuestra percepci�n. Nosotros vemos al principio esta parte como un ser existente por s� mismo, porque no vemos los hilos y lazos por los que las fuerzas fundamentales del cosmos mueven la rueda de nuestra vida. Quien se limita a este punto de vista considera la parte de un todo como si fuera realmente un ser de existencia independiente, como una m�nada que de alguna manera capta informaci�n del mundo desde fuera. El monismo aqu� considerado muestra que s�lo se puede creer en la existencia autosuficiente mientras lo percibido no se entreteja en la red del mundo de los conceptos a trav�s del pensar. Si esto ocurre, la existencia separada se revelar� como mera apariencia del percibir. El hombre s�lo puede encontrar su existencia total y completa en el universo a trav�s de la vivencia intuitiva del pensamiento. El pensar destruye la ilusi�n causada por el percibir e incorpora nuestra existencia individual a la vida del cosmos. La unidad del mundo de los conceptos que contiene las percepciones objetivas acoge tambi�n en s� el contenido de nuestra personalidad subjetiva. El pensar nos da la verdadera forma de la realidad como unidad cerrada en s� misma, mientras que la multiplicidad de las percepciones es solamente una apariencia condicionada por nuestra organizaci�n (ver cap.II). El conocimiento de lo real, en contraposici�n a la apariencia del percibir, ha sido en todos los tiempos la meta del pensar humano. La ciencia se ha esforzado por conocer las percepciones descubriendo las relaciones sistem�ticas entre ellas como realidad. Sin embargo, donde se opinaba que las relaciones comprobadas por el pensar solamente tienen una validez subjetiva, se buscaba la verdadera causa de la unidad en un objeto m�s all� del mundo de nuestra experiencia (un Dios inferido, la voluntad, el Esp�ritu absoluto, etc.). Y apoy�ndose en esta opini�n, se intentaba alcanzar, adem�s del conocimiento de las relaciones reconocibles dentro de la experiencia (una metaf�sica basada, no en experiencia, sino en la inducci�n). Partiendo de este punto de vista se cre�a que la raz�n por la cual comprendemos las relaciones del mundo por medio del pensar disciplinado se deb�a a que un Ser primordial hizo el mundo seg�n leyes l�gicas, y que la raz�n de nuestro actuar se deb�a a la voluntad de dicho Ser primordial. Sin embargo, no se comprend�a que el pensar abarca a la vez lo subjetivo y lo objetivo, y que la realidad total la proporciona la uni�n de la percepci�n con el concepto. S�lo mientras consideremos las leyes que compenetran y determinan la percepci�n en la forma abstracta del concepto, nos encontraremos, de hecho, con algo puramente subjetivo. Sin embargo, no es subjetivo el contenido del concepto que se a�ade a la percepci�n con la ayuda del pensar. Este contenido no est� tomado del sujeto, sino de la realidad. Es aquella parte de la realidad que la percepci�n no puede alcanzar. Es experiencia, pero experiencia no obtenida por la percepci�n. Quien no pueda representarse que el concepto es algo real, s�lo piensa en la forma abstracta en la que lo guarda en su mente. Pero el concepto s�lo se presenta aislado debido a nuestra organizaci�n, lo mismo que ocurre con la percepci�n. Incluso el �rbol que percibimos no tiene existencia alguna aisladamente.

Existe s�lo como miembro dentro de la gran organizaci�n de la naturaleza y s�lo es posible en conexi�n real con ella. Un concepto abstracto tiene tan poca realidad de por s�, como una percepci�n por s� sola. La percepci�n es aquella parte de la realidad que se presenta subjetivamente (por intuici�n; ver cap.V). Nuestra organizaci�n espiritual descompone la realidad en estos dos factores. Uno de ellos se manifiesta a la percepci�n; el otro, a la intuici�n. S�lo la uni�n de ambos, la percepci�n que se ajusta a las leyes del universo, es realidad total. Si s�lo consideramos la mera percepci�n, no obtenemos la realidad, sino un caos incoherente; si consideramos solamente las leyes de las percepciones obtenemos tan s�lo conceptos abstractos.

El concepto abstracto no contiene la realidad; pero s� la observaci�n pensante, que no considera ni el concepto unilateralmente ni la percepci�n por s� sola, sino la uni�n de ambos.

Que vivimos en la realidad (arraigados en ella con nuestra existencia real) no lo niega ni el idealista subjetivo m�s ortodoxo. S�lo discutir� que podamos alcanzar tambi�n idealmente con nuestro conocimiento lo que experimentamos como real. En contraposici�n, el monismo muestra que el pensar no es ni subjetivo ni objetivo, sino un principio que abarca ambos aspectos de la realidad. Cuando observamos pensando realizamos un proceso que pertenece al orden del acontecer real. Por medio del pensar superamos dentro de la experiencia misma la unilateralidad de la mera percepci�n. No podemos desentra�ar la esencia de la realidad por medio de hip�tesis conceptuales abstractas (por la reflexi�n puramente conceptual), pero vivimos en la realidad, si encontramos las ideas que corresponden a las percepciones. El monismo no busca para la experiencia algo no experimentable (metaf�sico), sino que ve la realidad en concepto y percepci�n.

No urde una metaf�sica a partir de meros conceptos abstractos, porque en el concepto en s� ve s�lo uno de los elementos de la realidad que queda escondida para la percepci�n, y que s�lo tiene sentido en conexi�n con la percepci�n. Pero hace surgir en el hombre el convencimiento de que �l vive en el mundo de la realidad, y que no tiene necesidad de buscar fuera del mundo una realidad superior no experimentable. Prescinde de buscar la realidad absoluta fuera de la experiencia, porque reconoce el contenido de la experiencia misma como realidad.

Queda satisfecho con esta realidad porque sabe que el pensar tiene la fuerza para garantizarla. Lo que el dualismo busca m�s all� del mundo de la observaci�n, lo encuentra el monismo de �ste mismo. El monismo muestra que aprehendemos la realidad en su verdadero aspecto a trav�s de nuestro conocimiento, no como imagen subjetiva que se interpone entre el hombre y la realidad. Para el monismo, el contenido conceptual del mundo es el mismo para todos los individuos humanos (ver cap. V). Seg�n los principios del monismo, un individuo humano considera a otro su semejante, porque est� compuesto del mismo contenido del mundo que se expresa en �l mismo. En el mundo conceptual unitario no existen tantos conceptos del le�n como individuos que lo piensan, sino solamente uno. Y el concepto que A a�ade a la percepci�n le�n, es el mismo que el de B, s�lo que aprehendido por otro sujeto de percepci�n (cap. V). El pensar conduce a todos los sujetos perceptores a la misma unidad ideal com�n a toda la multiplicidad. El mundo unitario de las ideas se expresa en ellos como en una multiplicidad de individuos. En tanto el hombre se aprehende a s� mismo solamente por la autopercepci�n, se considera como ser humano particular; pero tan pronto como dirige su mirada al mundo id�ico que destella dentro de �l y que comprende todo lo particular, ve dentro de s� la realidad absoluta, viva y resplandeciente. El dualismo caracteriza al Ser primordial divino como aquello que penetra y vive en todos los hombres. El monismo encuentra esta vida com�n divina en la realidad misma. El contenido ideal de otro hombre es tambi�n el m�o, y s�lo lo considero distinto del m�o mientras percibo, pero no as� cuando pienso. El hombre abarca con su pensar solamente una parte de la totalidad del mundo ideal, y en ese sentido se diferencian tambi�n los individuos por el contenido efectivo de su pensar. Pero estos contenidos est�n dentro de un todo contenido en s� mismo que abarca los contenidos del pensamiento de todos los hombres. De esta manera el hombre aprehende con su pensar al ser primordial com�n que penetra a todos los hombres.

La vida penetrada del contenido de los pensamientos en la realidad es al mismo tiempo la vida en Dios. El m�s all� meramente inferido, no experimentable, descansa en una equivocaci�n de los que creen que este mundo no contiene en s� la causa de su existencia. No comprenden que lo que necesitan para explicar la percepci�n lo encuentran por medio del pensar. Por ello ninguna especulaci�n ha aportado hasta ahora ning�n contenido que no haya sido tomado de la realidad dada. El Dios inferido de manera abstracta es solamente el hombre mismo trasladado al m�s all�; la voluntad de Schopenhauer, la fuerza volitiva humana en su forma absoluta; el Ser primordial inconsciente compuesto de idea y voluntad, de Eduard von Hartmann, la combinaci�n de dos abstracciones extra�das de la experiencia. Lo mismo ha de decirse de todos los dem�s principios metaf�sicos, no basados en el pensar vivo. En verdad, el esp�ritu humano no trasciende nunca la realidad en que vive, ni tampoco lo necesita, pues todo lo que necesita para explicarla se encuentra en este mundo. Si los fil�sofos se declaran satisfechos deduciendo el mundo de principios tomados de la experiencia y trasladados a un m�s all� hipot�tico, tambi�n tiene que ser posible una satisfacci�n similar si al mismo contenido de la experiencia se le permite permanecer en este mundo, al cual pertenece para el pensar vivenciable.

Todo intento de trascender este mundo es ilusi�n y los principios situados fuera de �l no explican mejor este mundo que los que se hallan dentro del mismo. El pensar que se comprende a s� mismo no exige, sin embargo, ir a un m�s all�, pues debe buscar el contenido perceptual solamente dentro del mundo, no fuera, y junto con este contenido forma la realidad. Incluso los objetos de la imaginaci�n son s�lo contenidos que se justifican �nicamente si se convierten en representaciones que hacen referencia a un contenido perceptual. A trav�s de este contenido perceptual se incorporan a la realidad. Un concepto que tenga que ser completado con un contenido de fuera del mundo dado, es una abstracci�n que no corresponde a ninguna realidad. Nosotros s�lo podemos imaginarnos los conceptos de la realidad; para encontrar la realidad misma se necesita adem�s la percepci�n. Un ser primordial del mundo, para el que nos imaginamos un contenido es, para el pensar autoexplicativo, una suposici�n imposible. El monismo no niega lo ideal; considera incluso que el contenido de una percepci�n al que le falta el complemento ideal no tiene verdadera realidad; pero no encuentra nada en toda la esfera del pensar que pudiera obligar a salir de la esfera de la experiencia del pensar, negando la realidad espiritual objetiva de �ste.

El monismo considera incompleta una ciencia que se limita a describir las percepciones, sin llegar hasta sus complementos ideales. Pero considera igualmente incompletos todos los conceptos abstractos que no encuentran sus complementos en la percepci�n, y que no forman parte de la red de conceptos que abarca el mundo de nuestra observaci�n. De ah� que no reconozca ninguna idea que haga referencia a algo objetivo m�s all� de nuestra experiencia, y que deba formar el contenido de una metaf�sica meramente hipot�tica. Todo lo que la humanidad ha producido referente a estas ideas son, para el monismo, abstracciones tomadas de la experiencia, pero sus autores pasan por estos pr�stamos.

Asimismo, seg�n los principios monistas los fines de nuestro actuar tampoco pueden derivarse de un m�s all� extrahumano. En tanto que son pensados, tienen que provenir de la intuici�n humana. El hombre no hace de los fines de un Ser primordial objetivo (trascendente) sus fines individuales, sino que persigue los suyos propios que su imaginaci�n moral le aporta. La idea que se realiza en la acci�n la desprende el hombre del mundo ideal unitario y la pone como base de su voluntad. Por lo tanto, en su actuar no viven los preceptos inculcados por el m�s all� a este mundo. El monismo no conoce ning�n gu�a del universo que, desde fuera de nosotros mismos, imponga el objetivo y la direcci�n de nuestras acciones. El hombre no encuentra ninguna causa primordial trascendente de la existencia cuya voluntad pueda investigar para conocer los fines hacia los que orientar sus actos. Tiene que partir de s� mismo. �l mismo tiene que dar un contenido a su actuar. Cuando busca fuera del mundo en el que vive las causas que determinan su actuar, busca en vano. Si va m�s all� de la satisfacci�n de sus instintos naturales — de lo cual se ocupa la madre Naturaleza — tiene que buscar esas causas en su propia imaginaci�n moral, a no ser que por comodidad prefiera dejarse determinar por la imaginaci�n moral de otros. Es decir, o tiene que abstenerse de toda actividad, o actuar por razones determinantes que �l mismo se da a s� mismo partiendo del mundo de sus ideas, o seg�n las que le dan otros, de ese mundo.

Si supera la vida instintiva sensual y la ejecuci�n de los preceptos de otros hombres, no estar� determinado m�s que por s� mismo. Actuar� por un impulso dado por �l mismo y no determinado por ninguna otra cosa. Idealmente este impulso est� efectivamente determinado en el mundo unitario de las ideas; pero de hecho s�lo puede ser tomado de ese mundo y transformado en realidad por el hombre. El monismo s�lo puede encontrar en el hombre mismo la raz�n para la realizaci�n efectiva de una idea. Para que una idea se convierta en acto tiene que quererlo primero el hombre, antes de que pueda ocurrir. Por lo tanto, un acto volitivo de este tipo tiene su raz�n solamente en el hombre mismo. El hombre es entonces el �ltimo determinante de su actuar. Es libre.

Primer suplemento para la nueva edici�n (1918).

En la segunda parte de este libro se ha intentado fundamentar que la libertad se encuentra en la realidad del actuar humano. Para ello fue necesario separar del campo total del actuar humano aquellas partes sobre las cuales la auto-observaci�n sin prejuicios puede hablar de libertad. Son aquellas acciones que se presentan como realizaci�n de intuiciones ideales. Ninguna observaci�n imparcial puede llamar libres a las dem�s acciones. Pero el hombre, precisamente en su auto-observaci�n imparcial, tiene que estimarse capaz de avanzar por el camino hacia las intuiciones �ticas y su realizaci�n. Sin embargo, esta observaci�n imparcial del ser �tico del hombre no puede, por s� sola, proporcionar la decisi�n final sobre la libertad. Pues si el pensar intuitivo mismo se originase en alguna otra entidad, y si su naturaleza no estuviera basada en s� misma, la conciencia de libertad que fluye de lo �tico aparecer�a como una imagen ilusoria. Pero la segunda parte de este libro encuentra su fundamento natural en la primera. Esta presenta al pensar intuitivo como la actividad espiritual del hombre vivenciada interiormente. Pero comprender esta naturaleza del pensar vivo equivale al conocimiento de la libertad del pensar intuitivo. Y si sabemos que este pensar es libre, tambi�n vemos la esfera del querer a la que se ha de atribuir la libertad. Considerar� libre el actuar del hombre aqu�l que a la vivencia del pensar intuitivo le pueda atribuir una naturaleza autosuficiente sobre la base de la experiencia interior. Quien no pueda hacerlo, no podr� encontrar un camino inexpugnable para aceptar la libertad. La experiencia que se ha hecho valer aqu� se encuentra en la conciencia el pensar intuitivo, el cual no tiene realidad �nicamente en la conciencia. Y con ello descubre la libertad como caracter�stica de las acciones que fluyen de las intuiciones de la conciencia.

Segundo suplemento para la nueva edici�n. (1918)

La exposici�n de este libro est� basada en el pensar intuitivo puro vivenciable puramente a nivel espiritual, por el cual toda percepci�n adquiere realidad en el acto de conocer. En este libro no se ha querido exponer m�s que aquello que puede describirse a partir de la experiencia del pensar intuitivo. Pero tambi�n se ha querido subrayar qu� clase de configuraci�n de pensamiento exige este pensar vivo. Y exige que no se niegue que �ste constituye en el proceso de conocimiento una experiencia basada en s� misma. Exige que se le reconozca que este pensar conjuntamente con lo percibido, es capaz de experimentar la realidad, en vez de tener que buscarla en un mundo inferido que se apoya m�s all� de dicha experiencia, en contraste con la cual, la actividad del pensar humano, ser�a algo puramente subjetivo.

Con ello se caracteriza aquel elemento en el pensar, por el cual el hombre penetra espiritualmente en la realidad. (Y de hecho nadie deber�a confundir esta concepci�n del mundo basada en la experiencia del pensar con un mero racionalismo). Por otra parte, se desprende del esp�ritu de estas consideraciones que, para el conocimiento humano, el elemento perceptual s�lo adquiere valor determinante para la realidad cuando es aprehendido en el pensar. No puede quedar fuera del pensar lo que se caracteriza como realidad. Por lo tanto, no se puede pensar que la percepci�n sensorial garantice la �nica realidad. Lo que en el curso de la vida aparece como percepci�n, el hombre debe tomarlo como algo natural. Podr�a preguntarse: �estar�a justificado esperar, desde el punto de vista que aporta el pensar intuitivo vivenciado, que el hombre pudiera percibir aparte de lo sensible, tambi�n lo espiritual? Si estar�a justificado. Pues si bien por un lado el pensar intuitivo vivenciado es un proceso activo que se realiza en el esp�ritu humano, es, por otro lado, al mismo tiempo, una percepci�n espiritual que se capta sin un �rgano sensorio. Es una percepci�n en la que el mismo que percibe est� activo, y es una actividad de s� mismo que a la vez es percibida.

En el pensar intuitivo vivenciado se encuentra el hombre en un mundo espiritual tambi�n como perceptor. Lo que se le presenta dentro de este mundo como percepci�n, lo mismo que es mundo espiritual de su propio pensar, lo reconoce el hombre como mundo de percepci�n espiritual. Este mundo de percepci�n tendr�a la misma relaci�n con el pensar que el mundo de percepci�n sensorial con los sentidos. El mundo de percepci�n espiritual no le puede ser extra�o al hombre, cuando lo vivencia, puesto que en el pensar intuitivo tiene ya una experiencia que es de car�cter puramente espiritual. Sobre este mundo de percepci�n espiritual tratan un n�mero de obras publicadas por m� despu�s de este libro. Esta “Filosof�a de la Libertad”, es el fundamento filos�fico de mis escritos posteriores. Pues en este libro se intenta mostrar que la experiencia del pensar bien entendida es ya una experiencia espiritual. Por lo tanto al autor le parece que, quien con toda seriedad acepte el punto de vista de esta “Filosof�a de la Libertad”, no vacilar� en penetrar en el mundo de percepci�n espiritual. En cualquier caso, no se puede derivar l�gicamente del contenido de este libro _por medio de conclusiones_ lo que el autor expone en libros posteriores. Pero una comprensi�n viva de lo que en este libro se llama pensar intuitivo aportar� de manera natural un acceso posterior lleno de vida al mundo de percepci�n espiritual.